Va retrasada, pero no importa, su cita llega siempre tarde, llega con la noche y los faros de las calles, con los anuncios luminosos y las luces intermitentes, llega con la llamada repentina, muchas veces esperada y pocas veces recibida, que la exalta y la emociona, la llena de expectación. Él llega con la parsimonia de quien no espera mucho del evento a sabiendas de que será como otras veces. Él no es como ella, entregada y constante, sino petulante y caprichoso. Ella quiere ser para él como la selva, cálida y húmeda. Él… él sólo quiere ser como el perro, que de instintos se basta y se sobra.
Espera en la esquina, parada bajo la farola aguantando el frio, como una puta espera a su cliente. Qué coincidencia que él así la mire. Y llega en su carro blanco, sólo se estaciona y ella sube rápidamente. Se dirigen la primera mirada, cómplice que una urgencia que necesita ser saciada. Pero primero, el cómo estás y el qué has hecho salen de la boca del hombre y ella responde animadamente; y como toda mujer da detalles, dice nombres, cita lugares… palabras que no tienen sentido para su interlocutor. Él apenas escucha, la conoce bien como para saber lo que quiere y la hace sentirse importante e interesante. Es ese engorroso requisito para aspirar a su gracia y asegurar futuros encuentros.
Y después de la palabrería, la acción. A lo que vine-piensa-Dar mantenimiento a la máquina defectuosa, una errática relación. Te daré algo que hará que no me olvides hasta nuestro próximo encuentro. Y mientras hacen su labor, él piensa en su mujer y en ésta que no es suya, las compara y a veces se detiene y reflexiona, se avergüenza, se arrepiente, pero como el animal sin la soga, no da marcha atrás y avanza, arremete, piensa que no hace el mal, que sólo es un escape. Pero por momentos, hasta siente lástima por esa mujer que ahora está con él, gimiendo a un mismo ritmo, siente lástima de usarla. La observa, tan inocente y tan ignorante, la toca con sus ojos y con su piel y ella se estremece, como si con el tacto le ordenara que lo hiciere.
Y este hombre, pobre estúpido, no advierte que esa mujer ya fue de otro… de allá viene, por eso la tardanza. Ella en su papel, juega a ser la engañada. Y como aquel, también piensa en otro, en su próxima cita que la espera en casa; pero ella no compara, no le interesa si los comparte, si viven otras vidas, ella sólo está ahí para disfrutar y ser disfrutada, para sentirse amada, para sentirse viva y vivir esas mentiras. Y que quien la juzgue piense lo que quiera, ¿pues quién podría saber más del amor que ella, que puede dar amor a tres?